Ilustrador, diseñador, grabador, pintor, escultor y exlibrista.
Nace en Trieste. Su padre era carpintero y se dedicaba, especialmente, a los trabajos artísticos y a la restauración en madera dictando cursos de formación profesional.
Alejado del ambienta familiar, Zanverdiani adquiere conocimientos en las llamadas artes menores o decorativas y como anticuario y en forma contemporánea madura su arte en el grabado en madera y en la escultura.
Su formación artística tuvo lugar en Trieste, una ciudad ubicada en la encrucijada cultural y comercial de la cultura centroeuropea, donde convergen gentes de nacionalidades y cultos diversos.
En el ámbito escolar obtuvo un diploma magistral en Capodistria y continua sus estudios en Trieste. Más tarde viajará por Italia. En su estadía en Austria estudiará en la Academia Vienesa.
A partir de 1914 comienza a dedicarse a la xilografía. Con fecha de 1913 se conservan algunos de sus dibujos a pluma en los cuales ya se evidencia su decidido carácter gráfico.
En 1919 realiza las ilustraciones para el primer libro italiano editado en Trieste, luego de la unificación: la lírica de Paolo y Francesca del poeta Mario Todeschini, también conocido como Morello Torrespini. La publicación fue exhibida en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en ocasión de la muestra Los artistas y el libro en la Italia del siglo XX, realizada en 1992.
Antes y después de la Gran Guerra, participa activamente en la vida social y cultural de la ciudad impartiendo enseñanza gratuita.
Para conseguir un título académico, con habilitación para la enseñanza del diseño, estudió en la Academia de Bellas Artes de Bolonia, ciudad que en aquel período, gracias a la innovadora e incansable labor editorial de Cesare Ratta (1857-1938) se convierte en centro neurálgico y promocional del nuevo arte gráfico italiano de 1900.
Entre 1920 y 1950 desarrolla actividades didácticas en su ciudad natal, en escuelas de distinto orden y niveles.
En 1922 contrae matrimonio con Elisa Cosetti, una de sus alumnas, con la que tuvo tres hijos.
Entre 1920 y 1930 destaca lo más preponderante de producción artística; el crítico de arte y grabador Luigi Servolini (1906-1981) consideraba que de las variadas técnicas figurativas practicadas por Zanverdiani, era la xilografía la que mejor respondía a sus cualidades intrínsecas, su precisión en el diseño, su desenvoltura y eficacia en la incisión de la madera con la gubia.
En su aproximación a las artes gráficas se observa un decidido desapego de todo academicismo, con un lenguaje caracterizado por una moderna síntesis gráfica, a través de la esencialidad de los signos, como el fluir virtuoso de los motivos vegetales o flamígeros, sin olvidar los acentos, a veces expresionistas. En palabras del propio Servolini, a partir de 1924 modifica su propia técnica, investigando intensamente el claroscuro.
Su ferviente interés por las herramientas del arte lo llevó a acumular tal experiencia, que fue consultado por su pericia, tanto en cuestiones de mobiliario como en obras pictóricas.
Alternando su pasión por los clásicos, por el purismo en la lengua italiana y por la literatura alemana, siente gran curiosidad por las ciencias naturales. Todo esto constituye un bagaje cultural que se traducirá tanto en su obra artística como en su labor docente.
Su producción exlibrística evidencia, en parte, sus aportes al ambiente cultural ciudadano, a través del recuerdo de personajes que, en ámbitos diversos, incidieron fuertemente en la vida de la ciudad tras las dos guerras mundiales. En esos años emerge en su pintura la adhesión a las modalidades que marcaron el Novecento Italiano. En algunos sus ex libris se observa el uso de estilos clásicos, en otros, decoraciones fitomórficas intermedias entre el Románico y el Gótico.
Sus obras, pinturas, grabados en técnicas diversas e ilustraciones para libros de arte son requeridas para exposiciones públicas o privadas.
En 1937 trabaja en gráfica publicitaria e ilustra algunas ediciones musicales. Expone y obtiene reconocimientos en la Exposición de Artes Decorativas de las Tres Venecias y en Muestra de Orfebrería Nacional de Venecia, en la Primera Muestra Internacional de Artes Decorativas de Monza y en la Primera Exposición Nacional de Artes Decorativas y de Artesanos de Florencia.
Entre 1924 y 1938 el editor Cesare Ratta publicó numerosos trabajos gráficos de Zanverdiani; el artista colaboró con el editor y con los impresores.
A finales de la década del 1940 y hasta su jubilación, continúa trabajando en Trieste en el ámbito artístico y de la enseñanza, participando en diferentes muestras. También en esos años realiza acuarelas y óleos de vistas venecianas, además de pequeñas y refinadas tallas en madera y marfil así como la ejecución en cera perdida para piezas de joyería.
Desde principio de 1960 reside habitualmente en Viena, dedicándose a la pintura al óleo que representan vistas de los alrededores de la capital austríaca. Sus últimos dos años de vida transcurrieron en Venecia, donde murió en 1977.
Otto Hupp. Alemania (1868-1939)
Grabador, dibujante y heraldista.
Fue uno miembro de la Asociación de Heraldista fundada por Warnecke en 1869.
Se inició en el negocio paterno como grabador y más tarde como pintor y dibujante. Sus numerosos estudios de desnudos y paisajes atestiguan su interés por el arte.
Estudió en Dresde con un amigo de su padre, el escultor Nentsch. Más tarde, entre 1884 y 1887 viajó a Berlín para capacitarse con el pintor Johann Bochenel, conocido por su teoría de la proporción.
Entre 1887 y 1898 asistió a las clases de Max Koch, también en Berlín, y entre 1889 y 1891 estudió con Emil Doepler.
Creó una gran cantidad de escudos de armas, además de pinturas y bocetos.
Sus ex libris son constituyen trabajos de gran detalle, limpieza y exactitud de ejecución.
Como grabador, contaba con una habilidad para el diseño de este tipo de marcas.
Qué son los Ex Libris
Desde la aparición de los primeros manuscritos el hombre ha tratado de dejar constancia de su posesión, empleando marcas que, con el tiempo, se convertirán en señales portadoras de diversas funciones y de contenido artístico.
Una costumbre generalizada entre los copistas era la de incorporar un texto manuscrito, en la portada o al final de la obra, con el propósito de hacer referencia al autor, exaltar algún pasaje o, simplemente, aclarar de forma directa quién era el propietario. Esto constituye uno de los antecedentes de lo que hoy denominamos ex libris.
De estos signos de propiedad, el más antiguo es el conservado en el Museo Británico, una tablilla de loza azulada con inscripciones jeroglíficas que se insertaba en las cajas de los rollos de papiro pertenecientes al faraón Amenofis III y a la reina Tiy, quienes gobernaron Egipto hacia el año 1400 antes de Cristo.
Durante la Edad Media los ex libris eran simples inscripciones manuscritas que los monjes calígrafos hacían en los códices, biblias, beatos, libros de horas o bien en libros de caballería, feudos y privilegios, para asegurar y garantizar la propiedad de las obras.
A partir del desarrollo de la heráldica, se utilizará los blasones para marcar las cubiertas de los libros pertenecientes a nobles o a monasterios. Más tarde, y por cuestiones prácticas y económicas, derivarán en lo que hoy conocemos como ex libris.
El ex libris es, entonces, una marca de posesión que se adhiere en el reverso de la cubierta de los libros indicando la biblioteca de personas o instituciones a las que ese volumen pertenece.
La expresión deriva del latín y está formada por la preposición ex, que indica origen o procedencia y el plural ablativo libris, de la palabra latina liber. Significa, entonces, de los libros de y por extensión libro de o libro perteneciente a.
Para estas marcas no resulta imprescindible que aparezca la leyenda ex libris; para cumplir con dicha función también se han empleado los términos ex lib, e-libris, soy de, his book, dai libri di, aus der bibliothek, etc.
No obstante, existen marcas heráldicas, monogramas u otras en las que solamente aparece el nombre del propietario del libro, sin ninguna de las expresiones precedentes pero que cumplen con la misma función.
Además de la leyenda que acredita la pertenencia del libro a una persona o institución, el ex libris, por lo general, exhibe también una imagen. En los más antiguos se empleaban escudos heráldicos que identificaban a individuos o familias. Estas marcas eran emblemas y blasones con ornamentaciones que podían interpretar, incluso, las personas no alfabetizadas; en algunas ocasiones se las hacía portadores de divisas en latín o griego, incluso era latinizado el nombre del propietario.
Con el correr del tiempo y la evolución del libro y de la imprenta, las imágenes mostrarán contenidos alegóricos o simbólicos, generalmente acompañadas de leyendas o de lemas, algunas veces en latín, en griego o en la lengua del propietario de la biblioteca. En el caso de los ex libris alegóricos la tipología de las imágenes hará referencia a profesiones, actividades, aficiones, etc.
En cuanto a la elaboración de los ex libris, las técnicas empleadas han ido evolucionando y variando de acuerdo con la época.
Los anteriores a la invención de la imprenta consistían en las anotaciones manuscritas a las que hicimos referencia. A partir del siglo XV comienzan a utilizarse diferentes técnicas de grabado relacionadas con las artes del libro, como la xilografía, la calcografía, la litografía, la serigrafía y el fotograbado, a los que se sumarán las reproducciones fotográficas y, en la actualidad, los diseños por computadora, e incluso, el braille. También pueden emplearse sellos de caucho o la estampación en seco, que produce un relieve.
Los ex libris no son las únicas marcas que podemos encontrar en los libros, además de estos procedimientos, existe una variante denominada superlibros, superlibris o supralibris.